My grandfather's wife

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TIL A NEXT STORY, FRIENDS

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La esposa de mi abuelo
A veces hay historias que es mejor no conocer, que es mejor no haber escuchado nunca. Que cuando el secreto se ha revelado, cuando se quita esa capa de misterio que las oculta, se caen montañas de ilusiones, creencias y hasta se puede perder el amor y la admiración por algunas personas.
Toda la vida crecí amando a mis abuelos, especialmente a mis abuelos paternos. Mi abuela paterna vivió con nosotros en casa hasta su muerte y fue más que una abuela, fue una madre, ya que mi mamá tenía que trabajar y era ella la que nos cuidaba con verdadero amor y devoción.
Mi abuelo paterno vivía en el campo y cada cierto tiempo nos visitaba. Cuando llegaba a la casa, mi papá lo recibía con cariño y respeto. Con nosotras, mi abuelo era muy amoroso y consentidor. Siempre nos cargaba en sus brazos, también traía sacos de frutas y tubérculos que repartía a cada una de sus nietas. A nosotras nos gustaba que el abuelo llegara a casa porque seguro nos iba a dar regalos, nos podíamos montar sobre él como si él fuera un gran árbol y nos iba a contar las aventuras que vivía en la hacienda:
“¡Ayer me conseguí un tigre enorme!” –contaba mi abuelo ante nuestros ojos abiertos y curiosos.
“¿Y qué hiciste, abuelo?” –era la eterna pregunta para que él siguiera relatando su cuento.
“Pues tuve que salir corriendo porque si me agarra, me come porque ese tigre estaba hambriento.” Y así contaba mil historias, que aunque eran falsas y exageradas, nos entretenían.

En algún momento de mi niñez me di cuenta que mi abuela no le gustaba que mi abuelo se acercara a ella y si lo hacía, lo trataba con desprecio. En varias oportunidades, le pregunté:
“¿Abuela, por qué no quieres al abuelo? –le preguntaba con toda la inocencia del mundo.
“Tu abuelo es un hombre malo y no digo más nada” –afirmaba mi abuela cada vez que le preguntaba por qué maltrataba a mi abuelo.
Por supuesto que también le pregunté a mis padres, pero estos, más allá de un intercambio de mirada entre ellos, siempre me respondían de manera evasiva:
“¿Nancy, por qué preguntas tanto? –me decían siempre.
“Pregúntale a tu abuela” –me respondían como si yo fuera la pelota de un juego de ping pong.

Aunque tendría como 7 u 8 años, no era un secreto que mi abuelo tenía una esposa, a la cual llamábamos tía: nuestra tía Guillermina. Extrañamente, mi abuela no se la llevaba mal con ella. Al contrario, cuando mi tía Guillermina venía a casa con mi abuelo, mi abuela y ella pasaban mucho tiempo juntas. Nunca la vi enojada con ella o que la tratara con desagrado. Igualmente ocurría que la esposa de mi abuelo trataba a mi abuela con mucho respeto y hasta con obediencia.
Debo confesar que una de las primeras cosas que entendí en mi niñez, a fuerza de regaños y castigos, fue que en las cosas de adultos no podíamos opinar los niños, así que, aunque observaba la mala cara de mi abuela cuando llegaba mi abuelo y que a la esposa de mi abuelo sí la trataba bien y hasta de manera amorosa, entendí que aquello no era asunto mío y que siempre hay que dejar quieto, lo que está quieto.

Pero un día, no sé cuándo, mi abuela y yo hacíamos colchas de retazos de tela, actividad que hacíamos cada tarde, luego de la siesta. En esa oportunidad, mientras yo le daba un trozo de tela para que ella lo cosiera al resto, le dije que mi abuelo vendría al día siguiente y al ver su cara de molestia, le pregunté por qué no quería a mi abuelo. En ese instante, tal vez creyendo que ya yo estaba grande y que era hora de saber la verdad, con una honestidad conmovedora me habló del abuso emocional y físico que había vivido:
“Ese hombre es malo. Antes de él, yo estuve casada con otro hombre. Con ese hombre tuve una hija. Mi hija mayor a la que llamé Guillermina. Guillermina, la mujer de tu abuelo, es mi hija más grande.”

Esa tarde, mi abuela fue un tapiz de emociones rotas y tristes, y supe que a diferencia de la colcha que hacíamos, por más retazos que le pegáramos, mi abuela jamás volvería a estar completa. En cuanto a mi abuelo, jamás volvió a ser árbol, montaña, alegría, solo un contador de cuentos y mentiras.