The warning

The images are free of charge and the text is my own, translated in Deepl

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La advertencia

Un anciano estaba sentado en una piedra a la orilla de una carretera tejiendo unos mimbres. Un auto rojo, último modelo, se detuvo y dentro de él estaba una joven pareja de recién casados:

_¿Puede decirnos cuál camino debemos tomar para llegar a San Lorenzo? –dijo el hombre detrás del volante. El anciano, que tenía un aspecto extraño, los miró detenidamente y luego, con voz pausada, les dijo:

_Pueden tomar por este camino, pero no se detengan a llevar ningún pasajero, sea quien sea, no lo monten al vehículo, porque no van a llegar a su destino. La pareja sonrió y pusieron su carro en marcha. Cuando el anciano vio que el auto se alejaba, se persignó y escupió en el suelo. La tierra adsorbió rápidamente la saliva y el anciano movió la cabeza en señal negativa:

_¡Mala señal! –dijo y siguió tejiendo.

En el camino, la mujer expresó con curiosidad:

_¿Qué habrá querido decir ese anciano? –dijo empolvándose la nariz mientras se miraba en el espejo.

_Seguro que esta es una zona donde hay muchos delincuentes, gente mala que se esconde en los matorrales. –dijo el hombre sin apartar la vista de la carretera- De todas maneras, no somos tan ingenuos para detenernos y montar en nuestro auto a alguien sospechoso.

_La gente de los pueblos tienen una idea errada de la gente de la ciudad. Creen que somos estúpidos –expresó la mujer y los dos se rieron

Habían avanzado unos cuantos kilómetros, cuando la joven pareja vio a una niña a la orilla de la carretera con una cesta con dulces en la mano. La mujer hizo un gritito de emoción:

_Esa niña está vendiendo rosquillas. ¡Lo que me encantan las rosquillas! Deberíamos detenernos y comprarles unas cuantas para llevar.

_Recuerda lo que dijo el anciano –expresó el hombre dubitativamente.
_Dijo que no montáramos a nadie. De todas maneras qué puede hacerle una niña a dos adultos. –argumentó la mujer y el hombre quedó convencido.

El hombre retrocedió y se detuvo frente a la niña, la cual sonrió angelicalmente y mostró la mercancía. Era una niña de unos 10 u 12 años, simpática e habladora.

_Mi mamá hace las rosquillas y yo salgo a venderlas. Estoy desde tempranito aquí, porque no tengo clases. –confesó la niña sonriendo. Sus ojos eran pequeñitos y brillantes, su cabello lacio y cada vez que sonreía, se le hacían dos hoyuelos en las mejillas.
A la joven pareja les cayó bien, tanto así, que le compraron todas las rosquillas que tenía en la cesta.

_¿Y para dónde van ustedes? –preguntó la niña.
-Vamos para San Lorenzo. Unos amigos nos están esperando. –expresó la mujer tranquilamente.
_Ah, ya están cerca. Yo vivo allí y cada día vengo y voy caminando –apuntó la niña sin dejar de sonreír.
_Bueno, si te parece, puedes venirte con nosotros –ofreció la mujer y luego miró al esposo- ¿Verdad, cariño?

El hombre recordó la advertencia que le había hecho el anciano. Sintió algo extraño en el cuerpo. Un escalofrío parecido a un relámpago le cruzó la piel y sin saber por qué, simplemente, afirmó:

_No creo, amor. Me siento mal y creo que mejor nos devolvemos –dijo encendiendo el vehículo.
_Pero por qué, cielo… –comenzó a decir la mujer sorprendida y algo enfadada. El hombre no respondió y arrancó el carro apresuradamente. En eso, el hombre miró por el espejo retrovisor y vio cómo el rostro de la niña se transformaba completamente: parecía una anciana, sus ojos estaban inyectados de rabia y la boca tenía una mueca de crueldad y odio. El hombre, aterrorizado, aceleró el vehículo y se alejó lo más que pudo de aquella zona.