REMEDIOS PARA EL ALMA (67)

Recuerda:

Allá a la vuelta del mundo, en lo profundo de un inmenso bosque, habitaba él, un solitario y bonachón que nació y creció por ahí cerquita. Aunque en algún momento se vio obligado a dejar "su bosque" y es que así lo sentía muy adentro suyo.

Apenas pudo, se escapó del ruido y el agobio que le causaba convivir con personas y reglas preestablecidas muy bien aceptadas socialmente. Simplemente preparó una mochila y regresó a respirar el aire de sus montañas y a dejarse llevar por el sonido del río, que rodaba bailando fuertemente de orilla a orilla con el ímpetu brutal de la bajada de montaña que ejerce el deshielo por los cambios de temperatura.

A vivir libre sin ningún tipo de reglas, o tal vez sí, pero para él total y plenamente conocidas. Tenía hambre, salía a cazar o pescar, cocinaba y comía. Tenía sed, bebía agua del ruidoso río y se construía un refugio para así dormir tranquilo.

Luego exploraba en busca de lo que pudiera aparecer, que trajera antiguos recuerdos o nuevos conocimientos. No mataba por deporte, era uno con el ecosistema preestablecido mucho antes de su aparición, para no romper la armonía que reinaba en el lugar, y sobre todo cuidaba su vida hasta el último suspiro.

Se hizo amante de escalar las paredes rocosas de cerros y montañas. Hasta que un día, trepando sin ver, tocó un huevo de ave en un nido de pasto y finas ramitas secas que le daban estabilidad. Ya cuando pudo acomodar su cuerpo y pudo observar bien, supo que era el lugar donde pondría un huevo un águila.

Y como ellas lo romperían y se lo comerían por el simple hecho de sentir el olor humano, suavemente lo tomó y lo depositó en su morral. A su vez, decidió que hasta ahí llegó su día de trepar e inició el descenso.

Una vez ya en su refugio, que al pasar del tiempo se fue convirtiendo en suerte en una cabaña pequeña muy rudimentaria, pero con techo y piso, al fin que lo cobijaba y resguardaba.

Por necesidad adquirió la manía de criar gallinas, o sea, aves de corral, ya que los años no vienen solos y por lo cual cada vez le costaba más conseguir sus propios alimentos. Y apenas llegó a su choza, como él la llamaba en su mente, fue y depositó el huevo en uno de los nidos que habían hecho sus gallinas.

Y el milagro se hizo luz. En un tiempo caminaba un aguilucho entre los polluelos. Creció copiando los modos y las formas de sus semejantes. Y a diferencia de las demás gallinas que solo miraban el suelo todo el día en busca de alimento, él sí se quedaba extasiado mirando el cielo y observando el vuelo majestuoso de una pareja de águilas.

Exclamó: "¡Qué hermoso sería ser como esas aves!" Y resignado, bajó la cabeza y siguió picoteando para comer.

Un buen día, el hombre no regresó más. Como se dice en aquellos lugares, simplemente se lo tragó la tierra. Tal vez, como él lo esperaba, murió en su ley y se convirtió en uno, con el paisaje.

Un guardabosque ampliando su territorio de cuidado, dio con el lugar y cargó en su utilitario a las gallinas y al águila, la cual, por convenio, fueron a parar a la veterinaria del zoológico del pueblo.

Y comprobando que estructuralmente estaba bien, pero tal vez no había alcanzado su tamaño normal por su alimentación y no sabía volar, la enjaularon y la presentaron a la vista del público.

Y ahí pasó el resto de sus días con tristeza en sus ojos, hasta su muerte, observando esas majestuosas aves en el cielo volar espléndidamente y diciéndose: "Cuánto hubiera dado yo por parecerme a ellas". Y murió sin siquiera saber que era una de ellas.

Si por un momento en tu vida algo te llama desde tu interior, si ves algo ahí afuera que te ilusiona y piensas por un segundo que aunque te cueste mucho esfuerzo puedes alcanzarlo, ve y pelea por ello. Es mejor morir intentándolo que nunca haberlo intentado y que tu sueño de ser ese que te ilusiona muera dentro tuyo sin ver la luz de día.
"SI TU QUIERES, TU PUEDES"

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