REMEDIOS PARA EL ALMA (19)

Recuerda:

"Ahí algo que en esta vida que te guste hacer, algo que verdaderamente te queme por dentro, que sinceramente te haga feliz, que cuando estás inmerso en hacerlo te sientas en otro mundo y ni por un segundo sientas que estás trabajando, que no te cueste hacerlo".

Eso le pasó a un joven en un pequeño pero floreciente poblado llamado Orange.

Desde que había escuchado los rumores del "Gran inventor", soñaba con ser nada más y nada menos que su socio. Una idea al menos un poco disparatada, ya que el joven era un granjero, nacido entre plantaciones y animales, y sus padres desde temprana edad lo prepararon para heredar lo suyo.

Pero desde que se le metió en la cabeza que sería socio de Thomas Edison, empezó a sentir el trajín de una jornada laboral y ya no era feliz. No marchaba al amanecer cantando, todo le pesaba el doble y a veces el triple.

Una mañana cualquiera se bañó, se puso su ropa de ir a la iglesia, dominical, echó en su morral un pedazo grande de pan hecho al horno de barro por su madre, cortó un pedazo de jamón que estaba secándose en el árbol de afuera y, dándole un beso en la frente a su madre que todavía dormía, se marchó en silencio.

Tenía que colgarse y subirse, fuera como fuera, al tren de carga que aminoraba su marcha cerca del poblado para no producir ningún accidente. Y así fue como el joven, tras días de marcha, llegó a la gran ciudad.

Preguntó y buscó la oficina del inventor y la encontró. Llegó a la puerta muy tarde y, aunque vio una lucesita adentro, no se atrevió a golpear, así que cuando el cansancio extremo lo venció, se quedó dormido en un rincón en la entrada.

Por la mañana tomó coraje y, arreglándose un poco, entró y se topó de frente con una señora que amablemente, después de darle los buenos días, le preguntó qué deseaba. Y él le contestó: "Vengo desde Orange, mi tierra natal, para hablar con Edison, porque seré su socio".

La mujer, al verlo tan decidido y firme, le ofreció asiento y le dijo que vería si lo podía atender en ese momento. Poco quedaba de aquel joven pulcro y limpio, bien arreglado que partió de casa. El hambre, la sed, dormir en el piso y una sola muda de ropa puesta daban al joven una pinta de persona no muy cuerda en sus cabales.

Pero algo en lo más profundo de su ser le decía que insistiera, que lo lograría. Y después de largas horas de espera, porque como era de suponer la vida del inventor era muy ocupada, Edison apareció despidiendo a alguien y el joven, impulsado por vaya uno a saber qué, lo encaró y presentándole cordialmente sus respetos le contó su situación y su deseo de ser su socio.

A lo que Edison lo interrogó un poco y vio en sus ojos una chispa de humildad y deseo por la cual no pudo negarse y le ofreció ser su cadete, aprendiz, para que vaya aprendiendo de lo que él necesitaba. El joven dijo que sí, pero solo si se respetaba su pedido inicial, que en un futuro no muy lejano serían socios.

Y así pasaron los meses y, aunque la vida del joven mejoraba, sentía que no era a lo que había venido. Una mañana como cualquier otra, Edison mostraba eufóricamente por primera vez su más reciente invento, la máquina de escribir, a su cuerpo de colaboradores.

Y el joven entró, como era la costumbre, a repartir café y quedó impactado con la máquina y todo lo que ella podría hacer. Es bueno aclarar que hasta el momento se escribía con una pluma de ave y tinta, lo que aparte de la caligrafía muchas veces poco entendible dificultaba la comprensión de lo expresado.

Y fue ahí donde sintió que era ahí, que ese era su momento. Y como Edison no podía pagarles un sueldo, tenía un contrato entre partes iguales, o sea 50/50, con lo que él denominaba su fuerza de ventas. Y eso era ahora, sería socio real del señor Edison.

Salió a ver a todos los contactos que adquirió haciendo los mandados: bancos, correo, farmacéuticos, terminal del ferrocarril. Y fue un éxito tan grande que viajó por todo el país haciendo presentaciones de la máquina de escribir que Edison, en reconocimiento, le puso su nombre.

¡Sí, ya sabes qué es da ese paso!

Al fin de cuenta todos en mayor o menor medida somos personas comunes, del montón, ordinarias, sólo debemos encontrar en que deseamos poner ése esfuerzo extra que se requiere para convertirnos en ”EXTRAORDINARIOS"

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