«¡Gabo, el desayuno está listo!». El grito de Mercedes resonaba por todo Macondo, como invocando fuerzas superiores ante la mirada perpleja de los vecinos.
El sol inclemente castigaba los cuerpos que sudaban profusamente en el calor de la media mañana. Y el polvo travieso se metía en los ojos llevados por la mano de la brisa veraniega. Las manos restregaban los parpados en una pelea singular con los granos que como pequeños demonios causaban estragos en el delicado tejido del globo ocular.
El clima seco hacía difícil el trabajo de Gabo, quien se había dedicado 11 años a arreglar los pocos carros de Macondo, entre sus clientes estaban, el general Simón, Aureliano Buendía, entre otros.
La grasa se había pegado rebeldemente en las manos y Gabo se rociaba gasolina para sacar aquella negra sustancia. El olor del combustible se acentuaba más en el salvaje calor de los 40 grados. A pesar de las difíciles condiciones de su trabajo, Gabo, amaba lo que hacía. Siempre le decía a Mercedes que podía ver como los motores cabalgaban salvajes y libres por la sabana.
«Eche, está vaina no se quita con na'. Mejor voy con Mercedes antes que se ponga fúrica». Gabo tomaba un balde de lata oxidado, que mostraba el castigo del tiempo como un juez implacable y se rociaba agua en sus alborotados risos.
El bigote de Gabo bailaba con la brisa que a veces se convertía en un pequeño huracán, debilucho, endeble y luego desaparecía, dejando a su paso una polvareda que nublaba la vista. Gabo seguía caminado diligentemente por aquel pequeño apocalipsis de polvo, brisa y calor.
Gabo llegaba a la entrada de la casa pintada de blanco con la cal que ampollaba las manos y hacia arder los ojos como el más bravo picante, las paredes eran de adobe, la puerta de cedro color miel, con una grabado de flores asimétricas que bordeaba el marco decoraba la entrada del pequeño terruño. El chirido al abrirla anunciaba, como un ángel con su trompeta del apocalipsis, a Mercedes.
«Eche, chico, casi que no vienes. El huevo perico se enfrió y el café perdió su sabor».
«No frieges, mujer, que ando oliendo a mico, y vengo embejucao’, ese carro de Don Aureliano salió con un gallo, que ni te imaginas». Gabo se sentaba en la mesa de madera descolorida, donde la pintura parecía haber abandonado por voluntad propia la misión encomendada por el dios de la pintura.
«Ay, Gabo, cómo te fuiste a meter ese camello, que casi no da pa' come'».
«Eche, no joda. Deja que termine mi motor que revolucionará la industria y vas a ver, vas a ver». Gabo tomaba sus herramientas desgastadas y se levantaba de la mesa.
«No joda. Ya vas 18 meses con esa vaina y na'» Mercedes miraba a su marido cruzar la puerta y mientras Gabo se alejaba, ella soltaba unos suspiros que se unían a la brisa espiralada de la mañana calurosa.
Y Gabo caminaba hacia su taller recorriendo el camino polvoriento, silbando una canción al aire, que parecía invocar a los dioses de la buena suerte para arreglar el carro de Aureliano y por fin terminar el motor que le dará el éxito y la fortuna deseados.
“Gabo, breakfast is ready!” Mercedes' shout echoed throughout Macondo, as if invoking higher powers before the perplexed gaze of the neighbors.
The harsh sun beat down on the bodies that sweated profusely in the mid-morning heat. And the mischievous dust got into their eyes, carried by the summer breeze. Hands rubbed eyelids in a singular battle with grains that, like little demons, wreaked havoc on the delicate tissue of the eyeball.
The dry weather made Gabo's work difficult. He had spent 11 years repairing the few cars in Macondo, among his clients were General Simón, Aureliano Buendía, among others.
The grease had stubbornly stuck to his hands, and Gabo sprayed gasoline on them to remove the black substance. The smell of fuel was accentuated by the savage 40-degree heat. Despite the difficult conditions of his work, Gabo loved what he did. He always told Mercedes that he could see the engines riding wild and free across the savannah.
“Come on, this stuff won't come off. I'd better go to Mercedes before she gets mad.” Gabo took a rusty tin bucket, which showed the punishment of time like a relentless judge, and sprayed water on his unruly curls.
Gabo's mustache danced in the breeze which sometimes turned into a small hurricane, weak and feeble, and then disappeared, leaving behind a cloud of dust that obscured his vision. Gabo continued to walk diligently through that small apocalypse of dust, breeze, and heat.
Gabo arrived at the entrance of the house painted white with lime that blistered his hands and made his eyes burn like the hottest chili pepper. The walls were made of adobe, the door of honey-colored cedar, with an engraving of asymmetrical flowers bordering the frame decorating the entrance to the small homestead. The squeak as it opened announced Mercedes, like an angel with his trumpet of the apocalypse.
“Come on in, boy, you almost didn't come. The eggs got cold and the coffee lost its flavor.”
“Don't worry, woman, I smell like a monkey, and I'm exhausted. Don Aureliano's car broke down with a problem you can't even imagine.” Gabo sat down at the faded wooden table, where the paint seemed to have voluntarily abandoned the mission entrusted to it by the god of paint.
“Oh, Gabo, how could you get involved in that business, which hardly pays the bills?”
“Come on, don't bother me. Let me finish my engine that will revolutionize the industry, and you'll see, you'll see.” Gabo picked up his worn tools and got up from the table.
“Don't mess around. You've been at it for 18 months and nothing.” Mercedes watched her husband walk out the door, and as Gabo walked away, she let out a sigh that mingled with the swirling breeze of the hot morning.
And Gabo walked toward his workshop along the dusty road, whistling a song into the air, which seemed to invoke the gods of good luck to fix Aureliano's car and finally finish the engine that would bring him the success and fortune he desired.
Les dejamos la participación de Rincón Poético en el concurso: "La invención de una vida" de los amigos de @es-literatos. Esperamos sea de su agrado.
Invitados cordialmente a participar.
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