Lo veo pasar con lento caminar por los pasillos de la casa. Sus canas dibujan el paso de los años que no perdonan. Las arrugas que forman surcos en el rostro muestran el maltrato por el sacrificio de sus hijos y esposa, a quienes nunca les falto un pan en la boca ni la comisad de un buen hogar, un dulce hogar.
Ahora sus fuerzas han disminuido y su cuerpo desgastado ante las inclemencias de los años, lo han convertido en un recuerdo de un pasado que no volverá. Nunca, nunca más.
Lo veo pasar una y otra vez, cabizbajo, resignado, sin un futuro de metas y anhelos, solamente vivir, hasta que el horizonte se vuelva nubloso y el sol se apague definitivamente. Me gustaría poder darle un ánimo, pero no puedo luchar ante una verdad ineludible, cruda, oscura, sin compasión.
El viejo sigue paseando por la casa, rasgando aquellos muros que pueden contar tantas historias, casi medio siglo de existencia. Su esfuerzo fue recompensado con el descanso de su vejez, aunque aquella nueva realidad se convierte en un limbo de días y noches con muy poco sentido, pero que los sobrelleva con los momentos que puede disfrutar con sus seres queridos.
Las chancletas siguen golpeando contra el suelo frío, casi como una súplica, un pedido de auxilio ante la sofocante agonía de la monotonía displicente. Pienso en lo qué puedo hacer por el viejo para tenga un distractor de su mente, un aliciente a sus días soporíferos, pero no se me ocurre nada y solo puedo dejar que vague por sus recuerdos, en un viaje interminable.
Tocan la puerta con insistencia y el viejo atiende el llamado, sus ojos son inundados por la alegría, casi infinita, por ver a su querida nieta. Una pequeña niña de cabello largo, tan largo como los años del viejo. Dos edades convergen en un mismo momento, la alegría de la juventud con el aplomo de la vejez.
Un abrazo en una fusión de cariño de produce, sincero, alegre, esperanzador. La niña con su voz chillona inunda la casa de alegría y alborota la quietud de una paz dormida, en cada rincón del dulce hogar. La pequeña vitamina de alegría toma al viejo de la mano y lo lleva hasta la sala donde empiezan a jugar.
El viejo vuelve a vivir, y la boca pinta una sonrisa feliz, guardada por mucho tiempo. Tal vez le traiga recuerdos de su infancia, aquel pasado al que se aferra como un gato al rascador. Aquella inocente alma se convierte en un vehículo para un pasado lleno de añoranzas y expectativas, cumplidas, otras no.
Los veo a lo lejos, contemplando aquella figura encorvada tratando de seguir los juegos de la niña pequeña y pienso en aquel hombre artífice de unos cimientos llamado hogar, un legado de existencia y sacrificio por todos aquellos a los que ha brindado su protección por toda su vida.
Una nostalgia me embarga al ver aquel cuadro en esa sala, en ese mueble, en ese instante que es efímero, quien sabe por cuánto tiempo, años, décadas. El viejo sigue pasando sus días y en sus ojos reflejando, la vida pasada que se ha esfumado con cada recorrer de las manecillas del reloj.
Les dejamos la participación de Rincón Poético en el Concurso "Crónica de un legado: Mi padre” de los amigos de @es-literatos. Esperamos sea de su agrado.
Invitados cordialmente a participar.
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Hola @rinconpoetico7, que lindo poder rememorar los momentos vividos con los seres que amamos.
Sin duda alguna, los niños son los que hacen despertar esa soñolencia por los años vividos.
Gracias por pasar y dejar tu amable comentario.
El pasado siempre nos asalta con los recuerdos.
Excelente día.
El trascurrir del tiempo es inevitable los amores y afectos no. Hermoso trabajo. Saludos.
La vejez se viene como una realidad galopante e imparable.
Años atrás hubiese pensado en mis viejos, hoy comienzo a verme a mi.
Saludos y éxitos!
Impactante encuentro entre dos generaciones. Saludos